lunes

Vencer la envidia sirviendo a otros

"Ninguno busque su propio bien, sino el del otro."  1Corintios 10:24.
Al llegar de la escuela, la niñita entró corriendo en la cocina, agitando una hoja de papel en la mano. "Mira la mariposa, es la más linda del mundo y es para ti." Mientras la madre terminaba los detalles del almuerzo, la niñita no paraba de hablar un minuto y quería que su madre vea la mariposa. La señora se secó las manos en un paño y se inclinó para observar el dibujo:
"Está linda", admitió, más para satisfacer a la hijita que expresando realmente lo que sentía. "¿Dónde aprendiste a dibujar de esa manera?". "No fui yo, mama, fue mi compañera, ella es la mejor dibujante del mundo. Le pedí que haga una mariposa para ti." 

Habiendo dicho esto, la niña salió al patio para jugar, dejando a la madre sin saber que decir ni como reaccionar. ¿Alguna vez pensaste porque Jesús dice que si no fuésemos como niños no entraremos al reino de los cielos? Los niños son puros en su manera de actuar. ¿Tú y yo seríamos capaces de alegrarnos con el éxito de otros? 

Mi pregunta es: "¿cómo deberíamos reaccionar ante el éxito de otros? Todos sabemos perfectamente cual debería ser la respuesta correcta. Todos sabemos lo que Jesús enseño. Todos sabemos como el cristiano debe reaccionar. 


Pero la pregunta es si a pesar de todo lo que conozco en la teoría, soy capaz de alegrarme con el éxito de otras personas. La envidia, tiene la propiedad de deformar la realidad, el poder de envenenar el alma. El ser humano, llevado por los celos, pasa a ver cosas que no existen y paulatinamente comienza a creer en aquello que imagina. Allá en el fondo de su ser, sabe que ese sentimiento esta equivocado. 


Entonces, para justificar el sentimiento que no puede sacar del corazón, generalmente pasa a acusar.



¿Tiene Dios el remedio para ese tipo de mal? Claro que lo tiene, y la respuesta es Cristo. A medida que lo contemplamos diariamente, a medida que meditamos en los rasgos maravillosos de su carácter y convivimos con Él, permitiendo que su Espíritu habite en nosotros, controlando voluntariamente nuestras decisiones y santificando nuestra voluntad pecaminosa, veremos de manera casi imperceptible cada día su carácter, reproducido en nuestra vida.

Hagamos de este día, un día de comunión con Jesús. Partamos hacia las luchas de ésta vida con la seguridad que Jesús no se quedó en casa, sino que es una presencia real y personal a lo largo de todas las circunstancias que este día pueda presentarnos.

0 comentarios:

Publicar un comentario