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Recompensa

Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.
Mateo 10:42.




Soledad, miedo y muerte. Las tres figuras patéticas y sin forma definida, que siempre lo persiguieron, bailaban frente a él. La danza sinuosa y envolvente de la soledad se acercaba, como felino al acecho. El ruido estrepitoso del miedo lo asustaba terriblemente. Y la voz chillona del teléfono, que llamaba sin cesar, le pareció la risa de la muerte.

Miró hacia todos los lados. Nada halló; solo su terrible soledad, la angustia de su miedo y la proximidad de su muerte. Agonizaba. A su lado, el frasco va­cío de barbitúricos completaba el cuadro macabro, mientras el teléfono seguía sonando con insistencia.

Rita, la vecina de enfrente, lo había visto deprimido como nunca, aquella tarde.
-Creo que la única salida para mí es la muerte -le había dicho Piero, al despedirse.
Por eso, ella se propuso llamarlo de hora en hora.

El hombre calmo, de mediana edad y canas prematuras, le respondió dos veces. Había un lamento de dolor del alma en su voz. La tercera, no respondió. Rita insistió. Su instinto de mujer le decía que aquel hombre corría peligro y necesitaba de ayuda. No era de pan ni de ropa; era de ánimo, de una palabra de apoyo, de un hombro amigo.

Al ver que el hombre no respondía, Rita llamó a la policía y corrió a la casa de Piero. Empujaron la puerta, y lo encontraron en el piso de la sala, gimiendo y esperando el minuto fatal. El "vaso de agua fría" que Rita ofreció aquel día a un vecino deprimido fue su gesto de preocupación por un alma herida.
Todos los días, en todos los lugares, hay gente necesitada de amor; gente que vive el drama de la soledad y huye de sí misma. Nada cuesta detenerse, escuchar un poco, intentar entender el dolor ajeno y extender la mano.

Hoy es un día que podrías usar para mirar más allá de tus propios proble­mas. Es verdad que puedes estar viviendo el momento más difícil de tu his­toria, pero es verdad, también, que siempre existe, cerca de ti, gente que sufre más.

Haz de hoy un día de amor práctico. Ofrece un vaso de agua al cansado peregrino, porque: "Cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa".

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Solo un niño

Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuer­te, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Isaías 9:6.


Fénix es tierra desértica; parece no tener vida. Pero, la gente habita en ella como en cualquier otra ciudad del mundo. Las palmeras que la adornan son la prueba más grande de que el ambiente puede ser hostil pero, si tus raíces buscan el agua de la vida, no hay sol capaz de destruirte.

Fue en Fénix que conocí a Esteban. Semidestruido, sin ganas de vivir. Demasiado joven para creer que había llegado al fin de la línea; treinta años. ¡Quisiera yo tenerlos, para hacer tantas cosas que nunca salieron del mundo de mis sueños!


¡Sueños! Esteban no los tenía; creo que nunca los tuvo. Había crecido en un ambiente hostil, cruel, injusto. Maltratado desde pequeño por el padras­tro, pensaba que sobrevivir ya era bastante. Pero, sufría; no era feliz. Nadie puede serlo, con el potencial escondido en lo recóndito del alma. Tenía alas y no volaba. Entonces, las alas lo estorbaban.


-El mundo no necesita de mí -se quejó-. Creo que, si hoy desapareciese, nadie sentiría mi ausencia. No soy nada. Ni siquiera terminé mis estudios.


Los cinco nombres de Jesús que el texto de hoy presenta y expresan su sabiduría, grandeza, poder y eternidad. ¡Atributos extraordinarios! Y todo eso nos fue dado en la persona de un niño.


¿Puede haber algo más simple, pequeño, insignificante y dependiente que un niño? Así son las cosas en el Reino de Dios. Todo nace pequeño, aparentemente insignificante. Pero trae, dentro de sí, un potencial de pro­porciones gigantescas. Nace para ser grande, trascendental y significativo.


Esteban vivía más preocupado con lo que no era que con lo que podía llegar a ser si colocaba su vida en las manos de Jesús. Ignoraba que Dios es el Dios de las cosas pequeñas que se hacen grandes.


Una simple vara, en la mano de Moisés, abrió el Mar Rojo. Una semilla de mostaza se transforma en árbol; en sus ramas, las aves del cielo hacen sus nidos. Un poco de sal transforma el sabor de la comida. Una cantidad insignificante de levadura modifica la estructura de la masa. Cinco panes y dos pequeños pececillos alimentan una multitud hambrienta.


¿Por qué no podría tomar la vida de un joven de treinta años y sacudir al mundo?


En el nombre de Dios, ¡despierta, Esteban, o como te llames! Y recuerda que "un niño nos es nacido y su nombre será Admirable".
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Cuidado

Porque: el que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño. 1 Pedro 3:10.


Me acuerdo de la segunda vez que nos vimos. De la primera, también. Nos hablamos en el parque del colegio. Contamos nuestras historias, y pensé que llegaríamos a ser grandes amigos.
Pero, la segunda vez quedó marcada en mi memoria para siempre. Me contó una historia triste, me conmovió, y le di lo que tenía en el bolsillo: el dinero que yo necesitaba para comprar un libro. Sin libro y sin dinero, fui a la biblioteca y estudié allí. Me sentía bien, habiéndole hecho un favor a mi amigo. Cualquier sacrificio valía. Lo había sacado de una situación difícil; por lo menos, eso creía yo.
Al volver a casa, lo vi en la cantina, pagándole la cuenta a un grupo de amigos, con mi dinero.
A partir de aquel día, él se distanció de mí. Nunca me dio una explica­ción. Simplemente, se alejó, y jamás me devolvió el dinero.


¿Quién perdió y quién ganó? No fui ingenuo al creer en su historia; con­fié en él. Gané. Perdí el dinero, pero gané en experiencia. Aprendí a conocer mejor al ser humano.
La vida pasó. Un día de esos, conversando con colegas de antaño, alguien lo mencionó. Continúa con la misma actitud: tratando de engañar a todos los que encuentra en su camino. Nada logró. Envejeció, sin pena ni gloria. La vida se le fue, y jamás vio "días buenos".


El apóstol Pedro habla, en el versículo de hoy, de la importancia de usar la lengua para construir, y no para destruir. Se menciona de manera espe­cífica la palabra "engaño", como uno de los peores instrumentos del lengua­je. Engaño, en el original griego, es dolos. Significa decir cosas bonitas con la intención de alcanzar propósitos malos.


Es el joven que se acerca a una chica para decirle que la ama cuando, en realidad, solo desea pasar un buen momento con ella; es decir que estás en­fermo para no trabajar, o hacer creer a los otros que pasas por un momento difícil, con el fin de lograr la conmiseración de las personas y alcanzar obje­tivos cuestionables.
Pide hoy a Jesús que te ayude a utilizar bien el don de la palabra, "porque: el que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño".
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Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Jeremías 17:7.
El versículo fue escrito, por Jeremías, en circunstancias dramáticas. La destrucción del pueblo se acercaba; era inevitable. Los ejércitos enemigos se preparaban para el ataque. Y el propio Jeremías era el portador de malas noticias para su gente.
A pesar de eso, el profeta asegura que, aun en medio del dolor y de la tristeza, el varón que confia en el Señor será bendito. ¿De qué bendición estaba hablando?
El versículo 8 trae la respuesta: quien confía en el Señor, “será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de su sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto”.
Interesante, la promesa divina. No dice que el calor no vendrá ni que la sequía no llegará. Afirma que, en medio de las situaciones adversas, sus hojas estarán verdes y producirá mucho fruto. Es decir esta promesa no nos asegura que no vendrán pruebas, que no vendrán conflictos, que no vendrán adversidades, sino que como Jesús es el agua de vida, en el agua donde nuestra vida debe estar, cuando lleguen esas situaciones a nutra vida, entonces tendremos la seguridad que Dios nos ayudara.
La tragedia de las personas no consiste en las luchas y las dificultades que se presentan cada día, sino en la falta de confianza para ir en pos de la victoria. Cuando el dolor llega, el que confía en Dios es como el árbol cuyas raíces saben dónde buscar agua.

Aun en medio del desierto, es posible encontrar palmeras; árboles gi­gantescos y erectos, en medio de la sequía y de los vientos. Las palmeras están allí no porque carezcan de dificultades; el secreto de su permanencia es la fuente de vida que sustenta su existencia. Las inclemencias del clima les enseñaron a introducirse hondamente. Sus raíces se deslizan, silenciosas, en busca de agua.
Si hoy es un día terrible, y sientes que estás solo; si te faltan fuerzas y estás a punto de desanimarte y abandonar la batalla, quita tus ojos de las cosas en las cuales confiaste y deposítalos en el Señor. Puede parecer infantil, a veces. En este mundo pragmático en el que vives, puedes tener la impresión de que estás actuando como un niño.
Pero, las cosas divinas son así. Tal vez por eso, el Señor Jesús dijo un día que, si no nos volvemos como niños, no entraremos en el Reino de los cielos.
No temas. Los ejércitos enemigos pueden estar allá afuera, armados hasta los dientes, pero “bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová”.
Escrito por Cele y Editado por Consejero.
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